leer con mi café

 

Durante mucho tiempo olvidé completamente por qué me gustaba leer.

Después de estudiar literatura, meterme en teoría y crítica literaria, los días mojando los pies en el agua con un libro en la mano echada sobre el pasto parecían muy lejanos en el mundo recovecoso de los estudios literarios.

Tuve la suerte de que siempre me mantuve conectada a la otra parte. Amigos escritores que mantenían esa relación totalmente pasional con la escritura, que se podían pasar días hablando de los autores, no porque pretendieran definir lo que «realmente decían» si no por el goce del cómo lo hacían, me mantenía en ese buceo emocional que es hundirse en conversaciones eternas de lo que se siente al leer algo extraordinario.

Ahora que lo pienso, me siento llena de satisfacción y de esa sensación colmada de vértigo que me produce la creación.

Alejarme completamente de la literatura fue algo elemental y necesario en cierto momento. Se hacia insostenible pensar como se piensa desde las letras. Había entrado en el territorio de la meditación, donde tienes que aprender a lidiar con todo lo que dejas pasar por tu mente sin ningún filtro.

Decidir leer un libro, pasado ese punto comenzó a significar pensar seriamente en qué realidad y con qué tipo de mente yo iba a compartir la mia.

No muchos autores parecen clasificar para ello. Yo ya tenía suficiente con mi propia locura para tener que sumarle la de los demás.

El proyecto que finalmente se gestó a partir de esta polarización es el de Meditación y literatura creativa. Ha sido hermoso ir descubriendo, muy poco a poco el hilo que une arte y espiritualidad. No lejos sino cerca.

Como el cuento que leía una de mis alumnas, apuntando a los ángeles de «tan lejos tan cerca» de Wim Wenders. Algo tan simple y remoto, me conectaba con una belleza que alguna vez había experimentado y que finalmente me ha llevado a pensar en que nada se acaba, todo retorna como en espiral (eso es una canción).

Me aparece entonces la imagen triste y melancólica del hilo de Ariadna, botado en los pasillos perdidos del Laberinto. Quizás alguien recoge la punta de ese hilo para recuperar el sentido enrollando la madeja de vuelta a la salida.

De pronto me pareciera que la salida esta afuera. Para mi, el afuera es el Ser y ese laberinto terrible donde yacía el animal mitológico, la mente y sus monstruosidades.

Son tantas las formas que ha adoptado esa unión, ese romance tortuoso entre la trascendencia y la belleza. No viene uno sin el otro. La trascendencia tiene esa sublime capacidad de conmoción, de transformación, de ceguera luminosa. La mente se derrota, pierde fuerza, como Sansón sin su pelo, flaqueando las piernas, los brazos caídos.

Entonces ese hilo perdido es un romance que retorna apasionadamente y lleno de sabiduría.

Esa mezcla me intriga y me emociona.  Me hace sentir, a la vez, profundamente afortunada y agradecida, porque como siempre me ha sucedido, el darme cuenta de que puedo apreciar algo largamente escondido y yacente ante mis ojos, me otorga otro cielo de libertad, otra posibilidad de despertar.

Y despertar es lo que quiero.

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