Yo no quiero ser como Steve Jobs. No quiero pensar en cosas que sean extensiones de personas. No quiero dejar a una hija botada por varios años y negarle a mis amigos el derecho de acceder a los beneficios de algo que me ayudaron a construir.
Hace años atrás, la tercera vez que viajé a India hice un largo recorrido en el cual tuve la fortuna de pasar por Kashmir -la Venecia India y donde se haya supuestamente la tumba de Cristo-, Leh donde me compré mi famoso ladhakito, para llegar finalmente al paraíso de los consumidores de cannabis (donde por cierto fumé por última vez marihuana de la hierba que crecía como maleza en los caminos himalayos): Manali.
La palabra Manali se deriva de quien hubiera sido su fundador, Manas, versión India de Noé, es decir el patriarca que salvó al mundo del diluvio universal (sí, todas estas cosas extraordinarias se encuentran en los himalayas) y es un paraíso para los jovenes viajeros que quieren perderse en un eterno placebo de montaña, restaurantes chill out y cannabis salvaje.
En fin, el punto es que estando en Manali perdí (más bien creo, me robaron) un Ipod de 120gb. Es la primera y la última vez que tuve una sensación de pérdida terrible en relación a un objeto. Recuerdo que después de que me robaron el ipod, con toda la música que llevaba dentro, miraba los carteles del mismo artefacto con una mezcla de nostalgia y tristeza profunda.
En cuanto me di cuenta que estaba teniendo una reacción hacia un objeto que me parecía totalmente antinatural (amar objetos), decidí que nunca más sentiría algo así.
Años después me robaron el auto que tuve por más de diez años y que me acompaño por todo tipo de experiencias y no sentí ni remotamente la misma sensación de apego. Puedo decir que hasta ahora mi decreto ha funcionado.
Después de ver la película sobre la vida de Steve Jobs, no dejo de pensar que el tipo era un idota escapando desesperadamente de sí mismo en un proyecto lo suficientemente ambicioso como para permitirle perderse en su megalomanía.
Lo logró, lo hizo y creó exactamente eso que su colaborador expresaría con tanta elocuencia: objetos que parecen una extensión del usuario.
Ese era su sueño. Una prótesis hermosa, llena de estatus para darle sensación de corazón portable a las frutas de la tecnología.