Hoy llueve en Santiago.

El sonido del agua cae y por si solo parece acallar el tiempo y el ruido incesante de afuera.

Estoy escribiendo sobre la historia de una mujer que recibe la visita de tres mujeres a las que no puede recordar después de haberlas visto. Ellas le dejan libros en la memoria que luego ella escribe.

Esta mujer, le encarga a su secretaria persona que es la narradora de la historia, la misión de identficar, espiar y observar a la segunda y tercera visitante, cuando ésta aparezca.Porque ella ha perdido todo interés por escribir, pero no por descubrir quienes son estas mujeres que la visitan.

Y en mi caso, hoy, te quiero hablar de la ceremonia del té.

Lo poco que sé de ella y lo mucho que aprecio el silencio y paciencia que me evoca.

Quizás te quiero hablar de ello porque llevo mucho tiempo pensando demasiado en qué escribiría después, haría después, o compartiría después.

¿Después de qué?

De los cursos, la gente, y el profundo contentamiento de ver los proyectos tomando forma.

En un lugar todas estas cosas me satisfacen. Pero en otro me llenan de ruido.

¿Te ha pasado eso?

De pronto estas llena/o de actividades que te entretienen, trabajos que te motivan, visiones que te hacen caminar aceleradamente y feliz, pero que al mismo tiempo te llenan de ruido.

Me doy cuenta cuando respiro. Estoy sentada o acostada, leyendo, escribiendo o pensando y de pronto tomo una profunda respiración, una que toca mis costillas, mi estómago y  mi espalda, y todo lo que siento se amplifica. Puedo sentir muchas cosas: mis hombros están levantados, mi respiración sse ha vuelto muy superficial y mi diafragma está rigido. Me duele un poco la espalda y siento una tirantez general en el cuerpo.

Me doy cuenta de que estoy ausente. De mi. De mi cuerpo. De dónde estoy.

Papa ji, suele decir en sus charlas que el Ser está ahí en el instante mismo que decidas sentirlo. En la mitad del instante. En la mitad de la mitad del instante.

 

Y cuando estoy así, ausente y se que he estado así algún tiempo, entonces me doy cuenta de que no han habido instantes así, como los que él define, nunca o no en mucho tiempo.

Son esos instantes que cubren meses incluso, con una capa de presencia y sentido. Como una fragancia que te acompaña y te rodea. Una atmósfera que sostiene el mundo.

Sobre todo cuando nos dejamos absorber por algún tipo de pensamiento opaco, vampiresco y de desconexión.

Entonces el ser entero añora, un instante. Un momento de sentirse.

Vino a mi entonces esta ceremonia del té a la que quiero invitarte. No se me ocurre a quién más decir, a nadie más que a ti.

Si pudieras leer esto y simplemente cerrar los ojos.

Quizás cuando lo leas no esté lloviendo como ahora, y no puedas sentir ese frescor del agua, ese frío suave y húmedo que viene de afuera. Quizás no tengas el sonido. Pero sí la imaginación y sí, siempre, tienes tu corazón.

Tu corazón siempre contiene la lluvia y el sol.

La montaña y el mar.

Contiene las estrellas. Todas ellas y la luna.

La hierba y el frescor, la esencia misma de todo lo que brilla.

Por eso te puedo decir que cierres los ojos y me acompañes en esta ceremonia inventada del té. Donde estas frente a mi y tenemos una bella taza que humea en la mesa y sonreímos y disfrutamos en silencio, la sola presencia de estar aquí. Si compartimos la presencia, no hay nada más rico y placentero.

Es algo que no necesita nada más.

Aquí puedo verter ese té que tanto te gusta y ofrecértelo en un pequeño pocillo.

Lo puedes acercar a tu nariz y sentir el calor y el aroma maravilloso.

Este es mi regalo para ti. Este trago delicioso de presencia.

Compártelo. El ser, como dice Papa ji, esta disponible en un instante. ¡Que va!, en la mitad de un instante. Incluso, en la mitad de la mitad de un instante. Solo basta que lo quieras sentir.

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