Si no tenemos un lenguaje para expresar lo que sentimos, lo que hacemos es encontrar una manera de hacerlo a nuestro modo, de expresar lo que sentimos con las formas que tenemos, los lenguajes que nos son accesibles.
Estaba buscando unos artículos que me inspiraran a escribir la entrada de esta semana y me tropecé con uno que hablaba sobre la espiritualidad y el asombro en los chimpancés.
El artículo se encontraba en la web de la doctora Jane Goodwall una eminencia del estudio de primates que ha ido desmantelando muchos de los conceptos que se han sostenido sobre el mundo animal y especialmente sobre los primates superiores.
La idea central del artículo giraba en torno a que se podían observar ciertos comportamientos en los chimpacés salvajes que hacían pensar que ellos también tenían momentos que se podrían entender como espirituales, al encontrarse con fenómenos naturales que los embargaban y conmocionaban intensamente. Específicamente se trataba de la experiencia en una cascada, donde iniciaban una danza extática de arrobamiento ante los sonidos y efectos del agua cayendo. La doctora Goodwall entonces concluía que si bien los animales no tenían los mismos códigos para expresar su emoción, y careciendo de herramientas para conceptualizar la experiencia, buscaban expresarse a través de movimientos, golpes y otras formas que les eran propias y que sin embargo aludían a algo similar a lo que nosotros sentimos cuando tenemos una experiencia de encuentro con la trascendencia.
El artículo incluía el video de la danza en cuestión captada para national geographic y mientras lo veía, recordé tres otros registros sobre los animales que hablaban de emociones y sensibilidad, donde en teoría no la habría.

Vacas saltando

Circuló hace algún tiempo el video de un grupo de vacas que habían sido liberadas de un criadero hacia campo abierto. Las vacas saltaban y brincaban de manera eufórica al salir. Cuando lo vi por primera vez, me pareció tan exagerado que le resté importancia, especialmente porque lo vi a la rápida y no me di cuenta bien de lo que estaban mostrando. Pero tiempo después vi otro video sobre una vaca que había sido curada de un problema en una pierna y una vez que pasó por todo el proceso de rehabilitación y la soltaron en una pradera hizo varios de los movimientos que vi en el primer video. Saltos, brincos, trotes… muy similar a nuestro propios bailes y saltos de euforia o alegría extrema.

Un abogado para los sin voz

En otra ocasión me encontré una charla TED sobre un abogado que lleva años intentando cambiar la ley de manera que los animales dejen de ser considerados objetos.
Este crucial cambio de status significaría la posibilidad de poder defenderlos a nivel legal y que no queden totalmente desprotegidos y expuestos a todo tipo de maltratos y crueldades.

El mundo secreto de las plantas

Hace muchos años atrás una prima me habló de este libro (La Vida Secreta De Las Plantas) como parte de las investigaciones que tuvo que hacer para la obra de teatro en la que estaba trabajando en ese momento.
El libro hablaba de investigaciones que se han realizado en torno a las plantas y que constatan su altísima capacidad perceptiva. Una de las historias que más me impresionó fue la del hombre que monitoreando a sus plantas pudo comprobar que ellas se «daban cuenta» del momento mismo en el que él tomaba el vuelo de regreso a su casa después de un viaje. Las variaciones de «alegría» eran notadas desde el instante en el que éste había tomado el camino de regreso, mucho antes de llegar a casa.

¿Cómo lidiar con la sensibilidad del mundo que nos rodea?

No es fácil integrar (enteder y absorber) que el mundo que nos rodea no es inerme, insensible o inerte. No es una objeto inanimado, sino todo lo contrario. Siente, percibe y se afecta por lo que hacemos.
La mayoría del tiempo, la vida, el tipo de vida que llevamos puede doler más de lo que estamos dispuestas/os a dejar entrar (a admitir).
Es muy común que prefiramos no saber, a enterarnos del dolor que nos rodea.
Y eso parte por integrar su sensibilidad, es decir entender que lo que esta a nuestro alrededor, es sensible, como lo somos nosotros.
Lo entiendo.
Entiendo que las personas no soporten exponerse a información sobre la cual sienten, no poder hacer nada.
Y luego, pienso que la maravilla del mundo está en su latencia, en su apertura, en su sensibilidad, en su delicadeza. Entonces que una de las consecuencia de no poder soportar la amplitud de la realidad es que cuando nos cerramos al dolor también nos cerramos a una buena parte de la maravilla y de la belleza. Y nosotros nos volvemos más opacos, más tristes, más insensibles.

Mi camino

Siempre que las personas me preguntan porqué dejé de comer carne, contesto con la verdad poco glamorosa de mis razones.
Me gustaba la carne y mucho. No me obligué a dejarla. No la dejé por sensibilidad al sufrimiento de otros seres. No era capaz de percibirlo y por mucho tiempo no fue un tema para mi.
Viaje a India, estuve en un Ashram por 1 mes y medio y dejé la carne. Fueron siempre procesos de meditación y terapia en los que pasé periodos sin comer carne los que me llevaron a dejarla. No fue físico. Simplemente no quise seguir comiendo.
Muchos años después, mucha meditación después, mucho yoga, mucha vida después simplemente me ha llevado a poder sentir y aguantar la idea de que los animales y las plantas y esencialmente todo, siente, de alguna manera, como yo.
Eso solo significa que evaluo mis desiciones con más cuidado.
Ni si quiera de manera ideal, pero al menos con bastante más cuidado.
Me pregunto las cosas.
¿Por qué acepto comer plantas y no animales?
¿Qué es lo que esta mal con la manera que hacemos las cosas?
¿Cuál es mi parte en ello?
¿Quiero o no participar?

La costumbre de no sentir

Hablando con unas amigas comentaba sobre la necesidad que tenemos de luz solar. De vitamina D y como la mejor manera de exponernos a ella es caminando en un bosque, porque las hojas filtran los rayos solares y ese filtro permite que absorbamos mejor la luz y sus propiedades.
Mis amigas se sonrieron conmigo.
Por que si lo piensas es tan lindo.
Es tan redondo.
Hay una amorosidad en la disposición natural del mundo. En su rudeza también, en su ritmo y en su expresión. En su vida y en su muerte, donde las cosas sí tienen sentido. Donde sí están ahí para algo más.
Y cerrarnos a ellas es como cerrar una enorme puerta a la realidad de la trascendencia presente en todo.
Solo darle espacio al sentido de lo que vivimos y hacemos puede hacernos soportar el dolor del mundo hoy y si lo podemos soportar podemos empezar a necesitar cambiarlo. En casa, en la intimidad, y en última instancia en todo momento en que decidimos interactuar con los demás.
«Y algún día, debemos darle algo de vuelta a los animales…»

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