Hace un tiempo atrás quizás hace un año me encontré con esta conferencia o recitación de Zadie Smith. Para el propósito de esta entrada solo diré que en alguna sección de su lectura, la escritora de Sobre la belleza, decía que era buena idea dejar reposar la novela al menos un año para poder reencontrarla, mirarla otra vez, más adelante, con los ojos de alguien asombrado que mira por primera vez un algo dormido.
Como los osos invernando. Durmiendo cíclicamente para renacer. Dejas descansar tu idea para que te devuelva una visión diferente del mundo.
Muchos más años atrás la película Besando a Jessica Stein mostraba la escena en que las dos mujeres que intentaban tener una relación, conectaban: en la calle de verano, con las luces que hoy me parecen azules y fuera de foco, una le decía a la otra: “déjalo marinar”.

 

Déjalo decantar.
Déjalo descansar.
Déjalo Macerar.
En un momento en que estamos tan obsesionados con el urgimiento y la rapidez, esta es una idea encantadora.
Es como la idea de una mecedora en el sol de la tarde.
O simplemente la compasiva y empática respuesta cuando miramos a alguien a los ojos que busca desesperadamente una confirmación y lo único que sabemos que se debe hacer, es esperar un poco. Observar lo que sucede. No apresurarse, confiar un poco en el ritmo tácito de las cosas.
En verdad todo tiene su tiempo.
Alguien muy cercano a mi me contaba el retorno de una amiga muy querida diciéndome como ella había aprendido, por obligación, por las circunstancias, que en verdad todo tenía un ritmo. Especialmente al mirar la naturaleza, sabemos, tenemos que entender, que todo tiene un tiempo propio. Una necesidad propia. Y que tenemos que adquirir la capacidad de bailar con esa manifestación de las cosas.
¿No es así cuando bailamos? ¿Acaso no tenemos que acomodarnos a un ritmo con soltura, con una observación intuitiva de lo que nos sucede en esa relación con el otro?
¿El silencio no es eso también?
¿La observación o la presencia de otra cosa que nos revela todo aquello que no se puede escuchar en el ruido del mundo, de nosotros mismos/as?
Hace ya un par de meses estoy trabajando con dos personas muy queridas con las que estamos construyendo el proyecto La Gracia. El proyecto tiene dos patitas, una es la escuela, una escuela donde podamos encontrar todo lo que nos hace crecer del mundo interior y del exterior, de como cuidarnos, de como  desarrollar nuestra mente, nuestro corazón, nuestra intuición y todas esas habilidades que son nuestras, de los seres humanos y que andan tan descuidadas ulitmamente. Y otra patita que es de los viajes. Y esa es porque amamos viajar y queremos compartirlo con los demás al tiempo de ofrecer una experiencia de creación, de desarrollo personal, etc.
He estado tratando hace muchos meses de poder generar un espacio de equipo, participé en un Mastermind que me sostuvo durante todo el año pasado con el maravilloso Rai Singh de Comunidad Kundalini y por otra parte probé trabajar con varios cercanos, sin éxito. Había que decantar.
Como tengo una tendencia hermitaña potentísima este impulso de trabajar con otros me costaba mucho, especialmente por lo difícil que fue, emocionalmente el 2016 (se que varios de ustedes vivieron rudo el año del mono también). Pero finalmente estaba aquí, construyendo feliz con dos personas que me encantan y me nutren muchísimo.
Recuerdo el momento en que me vino la sensación de que eran estas dos personas, estás dos personas específicas. Y les mandé un correo. Pero algo apareció en mi.
De hecho fue durante una meditación. Es lindo.
Cuando estas ideas aparecen es como el momento en que una planta germina.
Un día no hay nada y al día siguiente hay una pequeña orejita verde.
La semilla se manifiesta, se estira como si estuviera despertando. Es lindo.
Por que es algo tan suave y pequeño, que hay que volverse suave y pequeño para poder verlo.
Y el verde brilla y la gotita de agua también. Es algo que emerge del silencio.
No se si es que lo necesita o es que lo produce. El silencio, quiero decir.
Una vez que eso se echa andar, una vez que le hemos dado un espacio al silencio y a la maceración, se vive como una especie de periodo de gracia.
Hay una certeza callada y profunda en lo que hacemos, al menos por un tiempo y eso lo hace muy dichoso.
Después, claro, volvemos al ritmo de antes.
Volvemos al frenesí. Al urgimiento. A la idea del control.
Tengo una idea sobre esto que me acaba de aparecer. Y es que confundimos quizás, la idea del orden con la idea del control.
Como siempre fui desordenada y tendiente al caos, la aproximación al orden y la idea del control ha sido lenta y sinuosa. Por lo mismo quizás la he podido mirar un poco más de afuera.
Mi desorden también era una neurosis sobre el control. Sentirme incapaz de controlar la cosas implicaba que quería estar siempre soltándolas, abandonándolas, para no frustrarme, para no sufrir.
Pero como todo, al final nos pide un equilibrio, un ajuste, tuve que empezar a dejar la “comodidad” del abandono.
Ordenar sin querer controlar, parece de pronto un termino medio interesante.
Pero como muchísimas cosas también, estas ideas que conmigo misma podrían sonar sencillas en su descripción, al momento de llevarlas a ese territorio con otros, muestran otras cosas de mi y de mis impedimentos que en mi cueva no eran reales.
En este contexto, entender lo de la maceración ha sido vital. Para entenderme y poder ir más allá de mi misma. Porque hay veces que una cree que lo que le pasa es absoluto, es real en toda circunstancia y en realidad es solo la percepción que estoy teniendo en el momento.
Así me he pillado llena de una emoción en un momento creyendo que las cosas están de tal o cual manera terrible y en realidad es solo porque me estoy sintiendo terrible y lo estoy proyectando en todo lo que hago. Ver esta realidad en acción ha sido crucial y ha sido lo que me ha hecho sentir respeto por la idea de la maceración. No solo acuerdo, si no respeto. Porque eso puede salvar muchas cosas. Puede evitar que quebremos cosas que no necesitan romperse. Al final se aprende igual, pero es preferible hacerlo sin quebrar tantos platos, pienso yo.
Ahora, no es que siempre tengamos que esperar. Hay momentos para actuar de inmediato. Hay momentos para ser enfática/o e intensa/o. Hay momentos para trazar límites al instante e incluso reaccionar como decía la Anto, con agresividad. Porque eso es lo que la situación requiere.
Entonces ¿qué?
Lo que todo esto señala, al menos para mi, es que seguir un ritmo requiere que estemos presentes. Y digo presentes y no atentos, porque puedes estar ausente de ti y atenta/o. Eso nos lleva al estrés porque es un proceso muy mental. Pero cuando estamos presentes todo en nosotros escucha y percibe y sabe, más allá del intelecto si es momento de moverse o pausar.
Presencia.
Sí, una y otra vez, la presencia es la sabiduría de todo.

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