Como existe una relación directa entre el grado de simpleza y nuestra sensación de felicidad. Todo apunta a que esta tendencia a complicarnos, a tener más, más elaborado, específico e intrincado es la vía más efectiva para alejarnos de lo que realmente nos sacia y satisface. Mientras, más simple, mejor. Y entendamos que la falta de complicación no implica falta de profundidad.

simpleza

Tengo un prima que vive en Berlín. Su hija mayor estudia en un colegio Waldorf y en el colegio tienen la costumbre de premiar a los niños con un queque al final de la semana. En el queque viene escondida una almendra y nadie sabe a quien le tocará, pero es sin duda todo un evento cuando eso sucede. A mi sobrina le ha tocado dos veces y cuando le pregunté sobre ello, paró lo que estaba haciendo, paseó la mirada y adoptó un tono serio y solemne, como un artista que ha ganado un premio muy importante del cual no se siente merecedor.

Ella siente el encanto de la importancia como la gentileza del destino sobre su trocito de queque.

La felicidad en la simpleza: el diálogo entre lo que esperamos y lo que obtenemos

Es así que la felicidad y lo extraordinario son en distinta forma cualidades relativas de la experiencia. Es decir son la expresión del dialogo entre lo que esperamos y lo que obtenemos. Mientras más simple es nuestra vida más fácil es acceder a lo extraordinario, más sencillo tocar  la felicidad. Esta última viene en la presencia misma, como tan elocuentemente lo expresa Eckhart Tolle en El Poder del Ahora.

Mientras más complejo todo es, más difícil se te hace acceder al territorio de la verdadera dicha.

Esto es totalmente lógico.

Recuerdo una charla de Tony Robbins acerca de cómo son los parámetros que tenemos, son los que construyen la sensación de lo que nos hace felices. Ponía el ejemplo de un hombre que se sentía totalmente fracasado porque no había alcanzado la meta de ganar los 100 millones de dolores que se había propuesto, si no solo 90!, o algo así. No había logrado bajar los 5 kilos, sino solo cuatro, no había logrado que su hijo entrara a Yale sino a Princeton. Su vida, para él era una larga lista de este tipo de decepciones.

Luego, se encontró con otro hombre que le dijo que su vida era la bomba, Tony le preguntó, ¿por qué?, ¿qué has conseguido? Y el respondió Nada, solo estar sobre el suelo, ¡eso es la bomba!

Nuestra felicidad se mide por el margen que ofrecen nuestras expectativas, en otras palabras, lo que nosotros definimos como la bomba.

Claramente si tus expectativas son sencillas, tu sensación de estar rompiéndola siempre, va a ser constante.

Pero hay que decirlo, esto también puede ser una trampa. No se trata de nivelarnos hacia abajo, podríamos mal interpretar esta idea. No se trata de ponernos metas o estándares tan reducidos que siempre estemos excediendo lo esperado, porque eso nos generaría un especie de cinismo, de sensación de mediocridad, incluso de cobardía o desvalorización.

Como en todo se trata de alcanzar un equilibrio. Hay una fórmula que combina de manera nutriente y recíproca la relación entre lo que nos sentimos capaces de hacer y nuestra fuerza, expectativa y energía para lograrlo. El desafío debe estar en esta ecuación para que haya razón para celebrar. Los parámetros del desafío no son necesariamente externos, más bien diría  que son siempre internos y que se expresan en alguna tarea externa solo porque funcionamos con esta necesidad de que todo sea una representación de lo que sentimos y vivimos internamente. Este es el primer truco. El segundo truco es que en realidad no hay nada que conseguir.

(Un paréntesis:)

«He estado buscando al habitante de esta casa por miles de existencias y he aquí…»

– Buddha

En última instancia no necesitas nada. Estar es la bomba, ni siquiera sobre el suelo, simplemente estar. Pero no podemos darnos cuenta, no es posible que entendamos, sintamos y apreciemos esta verdad sin haber explorado todo lo demás.

Me acordaba de este paraje en el libro el poder del ahora donde Eckhart Tolle hablaba sobre la parábola del retorno del hijo pródigo:

 «Este proceso lo explica Jesús en su parábola del hijo pródigo, que deja el hogar de su padre, dilapida su fortuna, se convierte en un mendigo, y después es forzado por su sufrimiento a volver a casa. Cuando lo hace su padre lo ama más que antes. El estado del hijo es el mismo que antes, sin embargo no es el mismo. Tiene añadida una dimensión de profundidad. La parábola describe un viaje desde la perfección inconsciente, a través de la imperfección y del «mal» aparentes, hacia la perfección consciente.»

Cuando me pongo a escribir estas cosas, diciendo «has planes», «ten estrategias», «fluye» «conócete», «crea esto» «has aquello», «viaja por el mundo», bla bla bla. Todo esto es el primer truco, funcionamos así, en un eterno juego de zanahorias, persiguiendo la sensación que tenemos de felicidad para deconstruirla en cada vuelta de tuerca. Es un viaje para volver al mismo sitio donde partiste, sí. Pero hay algo en el viaje que te hace apreciar, las flores de tu jardín en una forma totalmente extraordinaria y novedosa. Es el viaje lo que te revela la verdad. De manera que si sigues persiguiendo llegará un momento en que naturalmente tu corazón dirá «basta ya, es hora de volver a casa». Hasta entonces debes ir abriéndote, buscando el pequeño equilibrio que dicta el crecimiento y que dicta que cuando crecemos necesitamos darnos cuenta de que un cambio se ha producido en nosotros. Es por eso que las dosis son necesarias para el avance. Si apuntamos demasiado alto nos perdemos en un largo periplo de demasiado éxito o demasiado fracaso, lo que hace más difícil distinguir el eje de la diferencia que hemos establecido en nosotros mismos.

(Saliendo del paréntesis)

Entonces, la felicidad es un acuerdo de satisfacción con una/o misma/o y el destino, que por lo demás tiene reglas básicas que permiten su funcionamiento, estas son:

No existe la felicidad complicada: entender que el acceso al estado de plenitud es como lanzar una flecha. Para que ésta pueda alcanzar el objetivo, sigue una linea visible y clara de un punto a otro. Sin nubes ni intrincados pasadizos. Reside en la simpleza de poder estar.

No existe la felicidad sin gratitud: La gratitud es un reconocimiento de plenitud. Es la posibilidad de experimentar la plenitud y es maravilla de maravillas, un estado que podemos entrenar. Podemos practicar la vía de la gratitud para que se vuelva un hábito que nos conduzca a la felicidad.

No existe la felicidad sin contraste: La felicidad requiere de la capacidad de distinguir, de darnos cuenta. Para darnos cuenta pasamos un largo periplo (o corto) de contrastes y polaridades, cuya única función es la de mostrarnos una dimensión cada vez más sutil y precisa de la paz del ser.

Una simplicidad que aparentemente no es fácil

Me acuerdo estar mirando la magnífica montaña en el programa de Amma en el sur de India. Un lugar en medio de un parque nacional de tigres y elefantes. Estábamos a mitad del programa y había tierra por doquier. Yo me moría por comer un pazhal puri (pallam puri), una banana frita cubierta de una masita deliciosa de la cual soy adicta cada vez que viajo a India y mirar con desazón que no había y que peor aún, quizás ya no tenía hambre de nada. Estaba cansada de comer y me sentía satisfecha. Cuando un día después los camiones se habían marchado y solo quedaban las tiendas vacías, las ollas vacías y la polvadera, el valle y la montaña se abría perfecto. No tenía nada de lo necesario para ser feliz, más bien todo lo contrario. Tenía la más pura incomodidad, insatisfacción, suciedad y así, con eso, me sentía completamente feliz. Esta es la revelación que se me vino por oleadas desde entonces: cuando se experimenta la privación de todo lo que creemos necesario para sentirnos bien, emerge un profundo sentido de satisfacción que no depende de nada más que de la actitud interna, y esto es la libertad, esto es la plenitud anhelada.

Simplificar la vida es abrir la oportunidad de descubrir lo que realmente nos contenta. Lo que realmente nos introduce en el plano de la dicha.

Prueba a simplificar tu vida. Deshazte de las cargas innecesarias que llevas. Bota lo que no usas y practica lo que realmente te nutre y te hace feliz.

Deja de distraerte y profundiza.

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